lunes, 4 de abril de 2011
En México se acabó la poesía
Hace unos días, siete jóvenes fueron torturados y asesinados cerca de la bella ciudad de Cuernavaca, a menos de cien kilómetros al sur del Distrito Federal. En principio, solo siete jóvenes más que unir a los 35.000 fallecidos violentamente en México desde que Felipe Calderón llegó a la presidencia de la República a finales de 2006 y declaró una guerra sin cuartel al crimen organizado. A esos 35.000 muertos, de los que 9.000 aún están sin identificar, hay que unir las más de 5.000 personas que, según la Comisión Nacional de Derechos Humanos, están desaparecidas. Muertos sin nombre, muertos sin justicia, muertos sin tumba ni memoria ni piedad porque muchos de ellos, además, son muertos sospechosos. No en vano el Gobierno de Calderón y sus intelectuales en nómina hicieron correr la especie –cada vez más cuestionada por la realidad—de que la inmensa mayoría de los caídos son sicarios asesinados por otros sicarios.
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