El anuncio de que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, viajará el 21 de marzo a Cuba para entrevistarse con Raúl Castro ha puesto en un grito al grueso del Partido Republicano, en especial a los candidatos Ted Cruz, rematadamente conservador, y Marco Rubio, menos apegado al catecismo del Tea Party, ambos de ascendencia cubana. Mientras Hillary Clinton y Bernie Sanders, rivales demócratas en las primarias, estiman razonablemente defendible en campaña el paso dado por la Casa Blanca, los aspirantes republicanos lo consideran inaceptable de forma bastante ruidosa, respaldados por la mayoría de su partido en las dos cámaras del Congreso, que puede bloquear la aplicación práctica de los acuerdos a los que lleguen Obama y Castro si no levantan el embargo comercial. Pero es un hecho que el gesto de Obama es una etapa más en la irreversibilidad de la normalización de relaciones entre los dos países, por más vueltas que dé al asunto el republicanismo, anclado en los conceptos que situaron la suerte de la isla en el centro de la guerra fría.
Como en su día dijo Obama, la política seguida por todos los presidentes desde el triunfo de la revolución cubana ha sido un sonoro fracaso: ni cayó el régimen fundado por Fidel Castro y los comandantes de Sierra Maestra ni el embargo comercial entrañó beneficio alguno para Estados Unidos. Las únicas víctimas reconocibles 25 años después de la disolución de la Unión Soviética, precedida del final de la guerra fría, han sido los ciudadanos cubanos, condenados a sobrevivir mediante...
Como en su día dijo Obama, la política seguida por todos los presidentes desde el triunfo de la revolución cubana ha sido un sonoro fracaso: ni cayó el régimen fundado por Fidel Castro y los comandantes de Sierra Maestra ni el embargo comercial entrañó beneficio alguno para Estados Unidos. Las únicas víctimas reconocibles 25 años después de la disolución de la Unión Soviética, precedida del final de la guerra fría, han sido los ciudadanos cubanos, condenados a sobrevivir mediante...
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