Eduardo Galeano es un ser humano muy singular y muy
cálido en el trato directo. A esa conclusión llegué cuando tuve la fortuna de
pasar casi dos días con él, allá por el verano de 2005. Lo habíamos invitado al
Centro Internacional de la Universidad de Valencia en Gandia, que por aquel
entonces yo dirigía. Antes y después de la conferencia que impartió, ―que fue
un inmenso éxito de público, con muchísimos ciudadanos que se desplazaron a
escucharlo desde muchos kilómetros a la redonda―, titulada Miedos y contramiedos, demostró a quienes lo tratamos de cerca que
es un hombre lúcido, irónico, mordaz incluso, y también próximo y afable.
La periodista Eva Batalla lo entrevistó para el
diario El País (7/06/2005), y de su
crónica destaco apenas un párrafo: "En el mundo actual el miedo manda, y
está en nuestras manos combatirlo y superarlo", manifestó Galeano. Para el
escritor, "el mercado es el gran paralizante, el Dios de nuestro tiempo
que te dice qué es lo que se puede y qué es lo que no se puede, y casi nada se
puede". Para hacerle frente propugnó las "energías del cambio".
Abogó por "pelear contra los miedos que imponen quienes pretenden confundir
el orden establecido con una suerte de eternidad inmutable", y animó a
luchar contra un sistema "que nos invita a aceptar la historia en lugar de
hacerla". Casi diez años después, sus palabras tienen plena vigencia.
Visto de cerca, Galeano me impresionó. Yo había
quedado impactado con la lectura de Las
venas abiertas de América Latina un cuarto de siglo antes, tanto que me
pareció un compendio de lo que cualquier ciudadano progresista debía saber
sobre aquel subcontinente. Algún tiempo después, durante los dos o tres primeros
cursos que impartí sobre la historia contemporánea de América en mi
Universidad, el libro figuró entre la bibliografía imprescindible de la
asignatura. No obstante, por lo que a mí respecta, el libro envejeció mal.
Comencé a detectar sus insuficiencias, sus lagunas, sus simplificaciones.
Además, el libro se me antojaba más ideológico que analítico.
Cuando tuve la fortuna de conversar con el autor,
en aquel encuentro de Gandia, entendí que Galeano había escrito un libro que
era propio de una época y que el problema principal que el texto podía generar
era leerlo como un libro de historia, y no como un ensayo marcado por el clima
de la época en la que fue escrito. El libro ni podía ni puede ser leído como si
los años no hubieran pasado, como si no hubiera caído el Muro de Berlín, como
si no hubiera acabado la Guerra Fría, como si las dictaduras latinoamericanas
no hubieran dejado paso a democracias de mayor o menor calidad, como si Cuba y
su revolución siguieran siendo una referencia política para América Latina. Todavía
en los primeros años de este siglo, seguro que todavía hoy, mucha gente sigue
leyendo Las venas abiertas… como si
el mundo estuviera anclado en la lógica bipolar. Ya en 2005, cuando conversaba
con él, comprendí que el autor de Las venas abiertas… ya no estaba en esa
posición; él era perfectamente consciente de lo que el mundo había cambiado en
los últimos treinta años. Quizá por eso no me ha sorprendido del todo sus
recientes declaraciones sobre el libro.
Y es que ahora, casi diez años después de nuestro
encuentro, Eduardo Galeano ha levantado una enorme polvareda que, francamente,
no sé qué efectos tendrá entre sus seguidores más ideologizados: ha dicho que "No
volvería a leer Las venas abiertas de
América Latina" y que "No
tenía conocimientos de economía ni de política cuando lo escribí".
El libro fue y sigue siendo muy popular en América Latina
[y también en Europa], desde los círculos progresistas a los más radicales,
incluyendo a los pro bolivarianos ―Hugo Chávez se lo regaló a Barak Obama en la
V Cumbre de las Américas, en 2009― y es
uno de los clásicos de la literatura política del continente, tanto que para
muchos es una especie de Biblia
latinoamericana. Además, ―y es una muestra de su reconocimiento
internacional― la obra de Galeano inspiró la extraordinaria composición
arquitectónica de Oscar Niemeyer en Sao Paulo. Inaugurada en marzo de 1989, el complejo cultural
desarrollado por el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro, el Memorial
de América Latina, es un centro de primer nivel internacional. La escultura
ubicada en el Memorial es una mano izquierda gigante que en su palma presenta el
mapa ensangrentado de América Latina… con sus venas abiertas.
Tal fue y siguió siendo el éxito del libro, que en 1996
Mario Vargas Llosa prologó un polémico texto escrito por su hijo Álvaro en
compañía de P.A. Mendoza, y C.A. Montaner, bajo el llamativo título de Manual
del perfecto idiota latinoamericano. Una
obra dedicada a desmontar el de Galeano y a desacreditarlo en ocasiones de
forma injuriosa y con una fuerte carga ideológica neoconservadora.
Está claro, pues, que ha sido
un paso muy valiente el dado por el autor de aquella biblia latinoamericana. Veremos próximamente, imagino, cómo los
enemigos de Galeano se encarnizan ahora con él. Estarán en su papel de negarle
el pan y la sal al reconocido escritor uruguayo, símbolo de la izquierda
continental. Pero más interesante se me antoja conocer cuál será la reacción de
sus afines. Las Venas abiertas… es
una obra mítica que generó y alimentó rotundos argumentos partidarios, así que
veremos cuál es la reacción de los que los han defendido y transmitido durante
más de cuarenta años. Seguro que habrá más papistas que el Papa, más galeanistas que Galeano.
¿Qué dirán aquellos para
quienes parece que el tiempo no ha pasado, aquellos que siguen abordando la
acción política como si estuviéramos todavía en la década de los setenta? Me
refiero a aquellos de los que hablaba el maestro Eric Hobsbawm cuando ―en su Política para una izquierda
racional, de 1993― escribía: “A
quienes consideran que no sólo es más sencillo sino también mejor mantener
ondeante la bandera roja, mientras los cobardes retroceden y los traidores
adoptan una actitud despectiva, les acecha el grave riesgo de confundir la
convicción con la prosecución de un proyecto político; el activismo militante
con la transformación social y la victoria con la ‘victoria moral’ (que
tradicionalmente ha sido el eufemismo con el que se ha denominado la derrota);
el amenazar con el puño en alto al statu
quo con la desestabilización del mismo o el gesto con la acción”.
¿Se habrá
convertido Eduardo Galeano en un cobarde o en un traidor para estos a los que
alertaba Hobsbawm? Esperemos que no. Esperemos que la mayoría de quienes leyeron
Las venas abiertas.. como una biblia sean capaces de entender la
enorme carga autocrítica del uruguayo y de admirar su valor al salir a escena
para decir lo que ha dicho. Y, de paso, para dejar de confundir el activismo
militante con la transformación social.
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