miércoles, 5 de abril de 2017

El callejón venezolano visto desde la orilla izquierda.


Hace ya mucho tiempo que no nos llega una noticia razonablemente positiva de Venezuela. Vivimos una coyuntura en la que destaca la mezcla de impericia, dogmatismo y corrupción del gobierno de Nicolás Maduro, unida a la incapacidad de la oposición para encontrar la forma de revertir una polarización política interna que va de mal en peor desde hace años, especialmente desde que murió el líder carismático de los bolivarianos, Hugo Chávez.

Se han cumplido ya cuatro años sin él, un hombre que reunía las características propias de los grandes caudillos latinoamericanos, que concitaba devociones y odios igualmente intensos. El militar consiguió que millones de los venezolanos excluidos del sistema político tradicional venezolano le eligieran como presidente de la República en 1998. El férreo bipartidismo de AD y COPEI resultante del llamado Pacto de Punto Fijo de 1958, un compromiso que estabilizó el precario sistema democrático venezolano durante cuarenta años, se había concebido como acuerdo previo a las elecciones convocadas tras el derrocamiento del militar Marcos Pérez Jiménez, quien moriría después en la España de Franco como amigo del régimen.

El gran mérito de Hugo Chávez fue incorporar a la política democrática de su país a tantos como habían sido ciudadanos excluidos por un sistema que había funcionado durante cuatro décadas dándoles la espalda, y dejándoles al margen de los beneficios de la renta petrolera...

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